lunes, 2 de enero de 2012

EL SUEÑO DE KIKO

Saben que si alguien se lo propone y lo lleva en su mente por mucho tiempo puede llegar a cumplirse todo lo que sueña.

Eso fue precisamente lo que le pasó al personaje de este cuento que durante mucho tiempo había soñado con ser un artista ... de circo!.

Kiko, que así le decían todos los del barrio, vivía con su tía abuela en la vieja casilla de madera del ferrocarril, vieja, casi tan vieja como su tía.

Como muchos chicos del pequeño pueblo, tenía dos perros, uno muy chiquito, llamado Chichi y la otra, Pantufla, una perra mestiza que nunca había tenido perritos.

Como casi todos los chicos jugaba al fútbol en el potrero de la esquina, pero su mayor entretenimiento era hacer todo tipo de piruetas y saltos en el fondo de su casa, rodeada de pinos, que formaban un cerco que impedía ver desde afuera.

Allí se ponía un moño a lunarcitos, que había encontrado entre las cosas de su tía y hacía la presentación, mientras sus dos perros parecían hacerle de público, ya que muy quietitos lo miraban sentaditos.

- Señoras y señores...presentamos ahora el número principal de la noche...Kiko, el magnífico – y ya mismo se ponía a hacer unos saltos extraordinarios ante el ladrido de los perros que parecían aplaudir con entusiasmo lo que el niño hacía.

Muchas tardes, después de salir de la escuela, donde era un excelente alumno, había estado practicando.

Muchas noches cuando se acostaba en su humilde cama había soñado que la gente lo aplaudía y él se dormía con sus ojos llenos de alegría y una dulce sonrisa.

Nadie sabía de su sueño, solamente los animalitos, pero él soñaba y practicaba.

Ese día había estado contento todo el día, en la escuela había jugado con sus amigos, había tenido evaluación de lengua, había vuelto de la escuela y luego de tomar la merienda, se había puesto a ensayar sus saltos, a los cuales todos los días le agregaba algún cambio. El sol iba cayendo en el horizonte detrás de unas pequeñas nubes, sus rayos luminosos pasaban a través de los raleados pinos, cuando le pareció ver una sombra de una persona alta y elegante, se refregó los ojos, se hizo pantalla con las manos y observó mejor. Precisamente era un hombre que lo había estado observando silenciosa y atentamente como realizaba sus pruebas.

- Muy bien niño, eres un verdadero artista. – lo alentó el extraño personaje.

- ¿Qui...quién sos? – preguntó sorprendido Kiko, pero sin demostrar miedo.

- Soy el señor de los sueños, creo que estás a punto de cumplir el tuyo, pues ya está llegando a su fin el tiempo en el cual los sueños se guardan en la mente.

- ¿Pero como es posible? Yo no tengo posibilidades de viajar a ningún lado.

- No va a hacer falta. Solamente sigue pensando con todas tus fuerzas en lo que quieres que se cumpla y se cumplirá.

- Kiko, es hora de hacer la tarea – se escuchó desde adentro la casilla y cuando el niño que se había dado vuelta para contestarle a su tía, quiso seguir hablando, el señor de los sueños ya no estaba. El sol seguía bajando lentamente dentro de las nubes que formaban caprichosas figuras humanas. Los perros, como nunca ese día, se encontraban dormidos, quizás habían jugado toda la tarde y ahora estaban cansados.

Esa noche, una noche serena, con el cielo lleno de estrellas, una de ellas parecía que brillaba con mayor intensidad y Kiko presintió que su sueño se iba a hacer realidad. Luego de pensar un rato largo en lo que le había pasado a la tarde se durmió tranquilamente.

Una semana, tan sólo una semana pasó de la sorpresiva visita cuando un auto antiguo con unos enormes parlantes anunciaba la visita al pueblo de un gran circo que estaba visitando todos los pueblos de la zona. ¡Después de casi treinta años un circo en el pueblo!

De más está decir que apenas comenzaron a armar la carpa, Kiko se instaló muy cerca, para ver los trabajos, la limpieza del terreno, el ir y venir de las personas. Sus ojos, alegres, luminosos, seguían atentamente todo.

Muy pronto las lonas multicolores, las luces que esa misma noche fueron probadas, deslumbraron a Kiko, que hasta había faltado a la escuela, algo que nunca había hecho, para no perderse ningún detalle.

Al otro día un cartel le llamó la atención. En un viejo y gastado pizarrón de ofertas de algún almacén; pintado con tiza color amarilla en letras grandes en el cual se podía leer:

“Se necesita una persona para reemplazar a personal de pista lesionado. Presentarse a las 18 horas”.

Por supuesto que a esa hora estuvo presente. Él solo. No había nadie más. El corazón le comenzó a latir con mayor intensidad. Un hombre alto con grandes bigotes blancos le preguntó que sabía hacer y Kiko sin decir nada se puso a mostrarle todo lo que había aprendido durante tantos años de practicar, de inventar, de soñar.

Más de veinte minutos haciendo las más variadas piruetas, saltos magníficos y muy pronto el aplauso del personal que estaba trabajando brotó ante el espectáculo brindado por el pequeño, que parecía impulsado vaya a saber por quien.

Dos días después el circo anunciaba su debut en el pueblo con la actuación del magnífico Kiko con una única función en la que además actuarían equilibristas, magos, los populares payasos y otras atracciones.

No se supo si por la presencia del pequeño Kiko o por que hacía tanto tiempo que no venía un circo, su magia solamente era recordada por las personas mayores que ya había pasado los cuarenta años, la gente comenzó a llenar muy temprano las amplias instalaciones de la carpa multicolor con sus brillantes luces. Mientras esperaban el comienzo de la función se escuchaban todos los comentarios sobre lo que sería la actuación del pequeño artista del pueblo, que como en todo pueblo chico ya se habían enterado de su presencia.

Por supuesto, hubo lleno total y al son de la estrepitosa música comenzaron a desfilar todos los artistas en su presentación y allí estaba comenzando a cumplir su sueño el niño, con un impecable buzo rojo y amarillo brillante, con un brillo especial en sus ojos, con el corazón rebosante de alegría. Por supuesto que su tía, que había dado el permiso, estaba en primera fila y junto a ella, el “Chichi” y la “Pantufla”, invitados especiales al espectáculo.

Luego del desfile de presentación comenzaron a actuar el simpático mago que hasta sacó un conejo de la galera, la hermosa joven que hacía equilibrio arriba del caballito blanco, los payasos que con su gracia hicieron brotar las carcajadas del público y llegó el momento, el ansiado momento esperado por Kiko. Su sueño se convertía en realidad.

Acompañado por otras personas mayores realizó una espectacular actuación lo que hizo que el público se pusiera de pie y aplaudiera hasta dejar rojas las manos.

Las luces se prendían y se apagaban, la orquesta acompañaba con una música redoblante, y en lo alto de las tablas en las cuales se sentaba el público, había una persona que para Kiko brillaba resplandeciente entre todas las otras. Era el señor de los sueños que había venido a despedirse.

Kiko con el correr del tiempo se transformó en un gran artista de circo. El “Chichi” y la “Pantufla” lo seguían a todos lados.


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